Sobre el autor
Por Nazaret Hernández, Directora Creativa de mktoc.com
Carlos González Alonso nació en Madrid en 1976. Estudió Ingeniería Agrícola, Humanidades y Psicología. Desde niño cultivó el entusiasmo por la pintura y las Artes Gráficas.
González se define como un observador de la realidad en todos sus ámbitos. Ha viajado de manera intensa a lo largo de más de dos décadas por todo el mundo y esto hace que posea una visión global y humanística en su condición y, por tanto, en su obra. En su acercamiento a las diferentes técnicas pictóricas su deseo de expresión fluye con total naturalidad y transparencia. Y es su compromiso personal con la verdad y la honestidad lo que se plasma en su obra en forma de diálogo sincero con la expresión pura a través de la pintura.
En su concepción pictórica, colorista y lumínica, el pintor plasma una visión de la naturaleza libre de artificios estéticos y pretensiones distintas al propio tratamiento de la luz y el color. Obedeciendo a una técnica compositiva decidida y a un discurso estilístico veraz.
Los referentes inmediatos de González son la teatralidad y el contraste lumínico de Caravaggio, la introspección retratística de Velázquez, la pincelada colorista de Joaquín Sorolla y la audacia compositiva de John Singer Sargent.
A lo largo de su trayectoria conoció al pintor chileno Aldo Bahamonde, que cultiva el realismo; algunas de sus obras se exponen de manera permanente en el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) de Barcelona. Con él desarrolló una comprensión pictórica más profunda en las técnicas al óleo y la acuarela.
Como elemento transversal de su obra, se presenta sistemáticamente un diálogo entre las partes y el todo. Entre la factura de la obra, su equilibrio estético, y su intención expresiva. Entre el espectador, que aporta sus propias emociones y sentimientos, y la propia escena que sutilmente va guiando el camino hacia atmósferas únicas.
En cada uno de sus lienzos se descubre un equilibrio dinámico entre la quietud y el movimiento. Existen vida y luz, que van de la mano. Pareciese que el tiempo se hubiera detenido por un instante, y la gravedad se hiciese densa, persistente y rotunda.
Como si de un pintor impresionista se tratase, González aborda la naturaleza y los fenómenos atmosféricos para investigar los cambios de luz y su diálogo con las cosas. En muchos de sus cuadros, el tema es la luz y el instante, con pinceladas muy dinámicas. Pintar al aire libre, observar directamente, utilizar esta luz como protagonista absoluta del lienzo, como dueña de lo visible, que trasforma a su antojo los colores y los relativiza de forma chispeante. Luces y sombras trabajan para obtener el volumen preciso de las formas, variando la nitidez en los contornos, muchas veces desdibujados y otras veces contrastados sobre el fondo, según la lógica de la propia luz y su naturaleza.
Las composiciones hablan así mismo sobre lo que el pintor ha vivido y contemplado en sus viajes: arquitecturas, ambientes y atmósferas, personas y animales en situaciones cotidianas, captando lo efímero del momento, el instante fugaz.
En sus bodegones, con luz interior permanente, el el autor rinde homenaje a aquellos bodegones del Siglo de Oro español, con pinceladas rápidas, con finos pigmentos para representar el agua, con reflejos lumínicos en utensilios de metal, vasos de cristal con fidelidad óptica…, son escenas cargadas de simbolismo animadas con la energía lumínica.
El autor observa sistemáticamente los colores y su verdadera naturaleza. A veces existe un mínimo contraste tonal y cuando la luz revela una escena instantánea, la paleta cromática se vuelve más decorativa y contrastada. Emplea habitualmente un cromatismo sencillo, de colores primarios, donde realiza la mezcla previa a la aplicación del óleo sobre el lienzo, aunque también utiliza pintura ”alla prima”, con modelado a través del color aplicado directamente sobre el lienzo.
En sus cuadros existe un diálogo constante con la pintura constantemente: las refracciones de la luz, las variaciones de la atmósfera, etc. Y, en ese proceso, se plantea conservar lo que a sus ojos es esencial en la escena que construye, proyectando su pasión por la pintura.